Autor: Juan Tomás Muñoz Garzón, publicado en www.rodecirense.blogspot.com 

¿Cuantas historias encierra nuestro Carnaval?, hoy mostramos una de ellas, en esta ocasión retrocedemos en el tiempo para ver un fatal suceso. Una vez más agradecemos a Juan Tomás Muñoz Garzón por dejarnos publicar sus articulos. Nos situamos en el tiempo , estamos en las fiestas de verano de 1966……..

Era ajeno a la fiesta. Paseaba, como tantos otros días, en el entorno de la vivienda que habitaba ocasionalmente[1] en la calle de los Caños, el número 18, en donde moraba su hija Felícitas, la primogénita de la familia. Sonaba el Reloj Suelto, la campana municipal, como tantas veces lo hacía durante la fiesta: en el desarrollo de los encierros y desencierros, cuando había un toro suelto por las calles, ya fuera dentro o fuera del recorrido de los festejos taurinos.

El día antes de la tragedia, 20 de agosto de 1966, unos “desaprensivos”[2], que quedaron en el anonimato pese a las investigaciones policiales, habían defenestrado el vallado del encierro existente en las inmediaciones de la plaza de toros portátil Arenas de España, instalada junto al edificio en construcción de la futura Escuela de Artes y Oficios y alquilada por el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo al empresario placentino José Gutiérrez Izquierdo por 130.000 pesetas. Ese portillo sería la espita que, a la postre, originó el trágico percance, la cogida mortal del anciano Manuel Hernández García, natural de Matilla de los Caños del Río, pueblo salmantino de solera ganadera y que también aportaría otra víctima de los toros en el Carnaval de 1986, cuando falleció prácticamente en el acto el joven matillense, arraigado en Eibar, Miguel Ángel Garzón Benito, alcanzado por un toro de Benito Ramajo en el desencierro matinal.

Se sabía de la peligrosidad del astado que protagonizó la tragedia, un “animal de poder y bravura extraordinarios”[3] procedente de la ganadería de Antonio Moreno, de la finca Palomar, ubicada en las inmediaciones de Ciudad Rodrigo, cerca del agregado de Ivanrey. Por ello, atendiendo a las sugerencias del ganadero, el Ayuntamiento rodericense dispuso que este toro no participase en el encierro, siendo “llevado a la plaza enjaulado por su peligrosidad, en lugar de entrar con los restantes en el encierro de la mañana”, según se explica en el expediente judicial abierto al efecto a instancias de los familiares reclamando una indemnización de 300.000 pesetas por la muerte accidental de Manuel Hernández García. Finalmente, el juez la fijó en 100.000 pesetas.

Este toro no participó en la “prueba” de la mañana, aunque saldría como capeón en la capea vespertina para integrar posteriormente, junto a otros astados, el desencierro.Sin_t_tulo_1_copiar

El público observa el paso de un novillo en el revellín de San Andrés durante una de las fiestas de verano.

El Ayuntamiento no había reparado el portillo. El toro, que iba dejando heridos en el recorrido[4], enfiló el vano y accedió al glacis de la muralla comprendido entre las puertas del Conde y del Sol. Se arrojó al foso y allí permaneció hasta que decidió ascender por la rampa del puente de la Puerta del Sol y dirigirse, de nuevo, a las inmediaciones de la plaza de toros. En este punto quedó emplazado bastante tiempo, hasta que decidió emprender otros derroteros, cruzando el parque de La Glorieta y callejeando por el Arrabal de San Francisco hasta que encontró en su camino al infortunado Manuel Hernández García, ajeno a todo lo que sucedía[5].

Había transcurrido hora y media desde que el toro se escapó. Pasaban ya las ocho de la tarde. Manuel caminaba, ajeno a cuanto acaecía, hacía la casa que moraba en la calle de los Caños: “Caminaba tranquilamente por una calle que le llevaba hacía la realización de un cometido personal. Para él la algarabía producida por unos toros desmandados no tenían ningún aliciente, ni el menor interés, cuando menos, en esos momentos. No era torero. Por la espalda, alevosamente, un toro de casta le atacó en un fatum emotivo y escalofriante de pura sorpresa. La muerte galopante, con brivaciones [sic] de furia negra, puesta a punto por la enervación de una multitud electrizada, descargó sobre una víctima inocente”, escribía Mariano Ayuso Gil en un artículo publicado en el desaparecido semanario local La Voz de Miróbriga al socaire de la tragedia.

Manuel Hernández García, tras la brutal acometida del toro –la cogida se produjo en lo que ahora se conoce como Plaza de los Herradores, el espacio en el que confluyen la Avenida de España y las calles San Fernando y Canal- fue llevado a l[6]”.

a clínica del doctor Manuel Pérez Fernández, quien le apreció, según figura en la nota de los heridos atendidos esa tarde, “fracturas múltiples de costillas en hemitórax izquierdo interno” y “stok [sic] traumático, de pronóstico grave, el cual ha fallecido en las primeras horas de hoy [22 de agosto de 1966] en su domicilio, donde fue trasladado

El litigio planteado posteriormente por los familiares de Manuel derivó en unas sorprendentes justificaciones en defensa de la responsabilidad del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, unas apreciaciones fuera de lugar que intentaban culpar al anciano de cierta negligencia al no haber tenido en cuenta las advertencias que supone el campaneo del Reloj Suelto, un aviso popular de que hay toros en la calle: “Ocurre, sin embargo, que hay demasiada gente que, bien por la familiaridad que al correr del tiempo adquieren con su tañido, bien por la equivocada creencia de que la tocan con otros fines, o bien por tener excesiva confianza en sus propios medios, hacen caso omiso del mensaje, oyéndolo, al decir popular, como quien oye llover. Don Manuel Hernández García era uno de ellos[7]”. Y no queda ahí la extemporánea defensa del Consistorio para evitar la indemnización: “Cuando el animal llevaba más de una hora escapado por su mismo barrio –expone el letrado del Ayuntamiento mirobrigense- y cuando la señal de alarma era más intensa y penetrante, este pobre anciano de 76 años sale tranquila e irresponsablemente de su casa en un alarde de temeridad poco común, afrontando y aceptando voluntariamente un riesgo que a la misma hora otras personas trataban de eludir”.

 

[1] Pasaba también temporadas en Ponferrada (León), donde vivía otra de sus hijas.

[2] Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo, caja 305, exp. 14. Es el calificativo que se utiliza reiteradamente al referirse a los autores de la tropelía que derivó en un vano abierto en el vallado y que forma parte del expediente judicial de reclamación de indemnización por la muerte del anciano promovido por sus familiares. También, en defensa del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, su letrado, Ramón de Dios, explica que “ocurrió, sin embargo, que alguna o algunas personas, deliberadamente o no, con conciencia de sus actos o sin ella, pero en cualquier caso ajenas a la entidad demandada, rompieron la valla de retén originando con esta acción que el animal se desmanara”.

[3] Ibídem.

[4] Ibídem. Fueron atendidos en la clínica del doctor Manuel Pérez Fernández, además de Manuel Hernández García, “Querubín Manzano Peláez, nacido en Campillo de Azaba el 10 de marzo de 1916, hijo de Justo y de Nieves, casado, carretero y con domicilio en Primo de Rivera, 27; el cual sufre una herida producida por asta de toro en región inguinal izquierda de 20 cm de extensión por seis de profundidad, con gran hemorragia, y una vez intervenido fue trasladado al Hospital, siendo su pronóstico grave.

Pedro Regalado Cuadrado, nacido en Adamuz (Córdoba), hijo de Ildefonso y Francisca, domiciliado en Hospitalet de Llobregat, calle Amapola, 13, y actualmente en esta plaza, calle Mateo H. Vegas, 24; el cual presentaba una herida de 4 cm en región mitad izquierda, erosiones múltiples y conmoción cerebral, siendo trasladado al Hospital; pronóstico, grave.

Celso Sánchez Moro, casado, obrero, nacido en esta ciudad el 30 de enero de 1939, hijo de Segundo y de Mariana, con domicilio en San Cristóbal, 34; el cual presentaba contusiones y erosiones múltiples con conmoción cerebral; estado grave, pasando al Hospital.

Felisa Benito Hernández Prieto, soltera, sus labores, nacida en esta plaza el día 21 de marzo de 1947, hija de Antonio y de Dolores, con domicilio en Alameda Vieja, 3; con contusiones y erosiones múltiples, pasando a su domicilio; pronóstico reservado.

En la clínica del doctor Pérez Fraile el siguiente: José Velasco Montes, nacido en esta ciudad el 3 de junio de 1942, hijo de Maximino y de Antonia, soltero, hortelano y domiciliado en Huerta de las Viñas. Fractura doble de pierna, grave”.

[5] Ibídem. “Fuera ya el toro de los alares, se dirigió al glacis del foso, existente entre las Puertas del Conde y del Sol; saltó después a la parte del foso comprendido entre dichas puertas; pasado un rato considerable salió de él por el puente de la Puerta del Sol, bajando a las inmediaciones de la plaza de toros, emplazada en las inmediaciones donde se está celebrando, queremos decir levantando la Escuela de Maestría Industrial; allí estuvo emplazado un lapso considerable de tiempo; y por último atravesó La Glorieta, dirigiéndose por las calles del Arrabal de San Francisco hasta encontrarse en su carrera con el infortunado Manuel Hernández García”.

[6] Ibídem. En el parte de heridos del desencierro vespertino, el doctor Pérez Fernández señala los datos de filiación de Manuel Hernández García: “Nacido en Matilla de los Caños el 12 de agosto de 1890, viudo, jubilado, hijo de Lorenzo e Isabel, con domicilio actual en calle de los Caños, 18…”

[7] Ibídem.

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