El giro de cuello del manso cambia el paso que marca el encierro: la pata retrasada y asonante, las manos cruzadas ponen en alerta a la torada que avanzada a su ritmo sin contemplaciones. Un mozo se ve con las fuerzas suficientes, superada en la retaguardia la Puerta del Conde, como para tratar de adelantarles en un esprint de locura –la exhalación contenida a dos carrillos–para volver a apostarse en el filo del pitón en entrada triunfal en la calle Madrid. Faltan 18 días.
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