El traslado de los toros del Bolsín es, quizá, la anécdota  –con el tiempo ha quedado en eso– más intensa del Carnaval en este siglo XXI. Hoy se cumple una década:

 

Diez de febrero. Como hoy; pero del 2007. La expectación por las nubes (¿recuerdan?). Los corrillos carnavaleros ya venían desatados, los carteles –en el que no se acertaba a apreciar más que la tropa de bueyes, un toro cárdeno y el caballo alazán que montaba ‘Titi’ levantado de manos– habían sido un imán; y la tele la –extinta TeleMiróbriga– como lanzadera definitiva: la vida en verso de los protagonistas [“Cinco cuatreños de Alejandro Vázquez de sangre núñez, que es de más fácil manejo con caballos”, decían]. Un precarnaval de altura, vaya. Y, para más inri, condensado en ese traslado desde Los Talayos hasta el alto Valhondo, a la espera de que llegara el Lunes de Carnaval…

Era sábado. Una romería de coches peregrinaba por la SA-220 en busca de ver pasar los toros. Los telefonazos –entonces no había WhastApp– tensaban la espera. Dimes y diretes. Unos decían que venían sueltos, otros lo contrario. El gentío hervía con las contradicciones. Los bueyes tomaron bien las porteras. Los toros avanzaban humillados tras ellos. Un remanso de paz a caballo. La pausa campera; solo una vez se marchó al galope para frenar a ese toro negro –herrado con el número 14– que se lanzó en tromba al ver vía libre nada más dejar atrás Los Talayos. Las garrochas apagaron el incendio. Todo iba a pedir de boca. Camino de la historia, tal vez… Y de repente, a media mañana, aparecieron los toros junto al Cordel. Los garrochistas apretaron a los toretes, recogiditos de cuerna: cubetos los más, e hicieron entrada triunfal. Dieron dos vueltas al cercado que hacía las veces de descansadero, en busca de salida quizá. Los alambres de espino se sujetaron. La estampa ánimo al personal: “¡Ya está la fiesta!” se exclamó. En realidad, así era. Eso se buscaba, más bien. Una carnavalada antes, incluso, del Viernes. Toros y bueyes reunidos.

El gentío dejó KO al traslado. Las trifulcas propias del Carnaval entraron en acción: “¿¡Y vosotros sois lo que luego queréis encerrar!?”, decía un paisano. El único jinete –armado con una porra vaquera– que esperaba a la vera del cercado respondía: “Esta es la verdad del encierro… pero está visto que os gusta más que vengan los de fuera a encerrar y sus toros toreados…”. La guasa estaba servida… Y en esas andaba el personal cuando la caballería se acercó a la portera dejando los toros atrás. La pitada se oyó hasta el último confín de la Socampana. La dirección del festejo se vino contra el personal: “No podemos sacar los toros así –señalando a la carretera atestada–…”. El tono se elevó: “¡Entonces para qué anunciáis a bombo y platillo esto!”. “Fuera”, chillaron. Algún que otro improperio brotó. El revuelo era ya monumental. En medio del debate [que ya se subía de tono] se soltó una sentencia: “Si no sacamos de aquí los toros, nos matan”. Los abucheos hacían las veces de coro.

Tras una larga espera se tomó la decisión: “Los toros saldrán”. Y los toros salieron. A mil por hora, eso sí. Era la única opción de cruzar la carretera de Pedrotoro [la citada SA-220] sin percances. O eso se creía. Y sobrepasaron al gentío como alma que lleva el diablo. Las garrochas azuzaban las pencas de los bueyes que ya corrían a galope tendido. El gentío se diluyó en busca de contar la hazaña carnavalera. Pero solo había sido el principio.

En plena comida el móvil comenzó a sonar: “Se han escapado, y van en dirección a Ciudad Rodrigo…”. Otra tremolina. La mundial, más bien: a los toros les hervía la sangre y los bueyes no habían respetado la voz [de hecho dos de ellos durmieron esa noche en Los Talayos]. No hubo nada que hacer…

El resto ya es pura historia: como la de aquél toro negro que preparó el ataque depredador tras una maraña de escobas: de allí salió arremetiendo a diestro y siniestro. Con toda la violencia que uno pueda imaginar. De puro genio perdió un pitón tras arrancarse a matar o morir contra todos [coche todoterreno incluido]. O el ya citado ‘14’  que entró, literalmente, en agujas y, luego, remató una y mil veces contra las paredes de las parcelas de la Calleja; o, por último, ese otro cárdeno –el más brocho de todos– que le cambió el rostro a más de uno tras aparecer de sopetón y a quemarropa  por la ladera del Depósito.

Y han pasado ya diez años…

El traslado del Bolsín fue, además, el primero vídeo de la larga y fructífera lista de multimedias en Internet de Carnavaldeltoro.es

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