Seguimos con la parte trágica de nuestras fiestas, hoy nos hacemos eco de un trágico suceso en una de las capeas del carnaval en el año 1964.
Fuente : Juan Tomás Muñoz Garzón publicado en www.rodecirense.blogspot.com
En una capea, el 11 de febrero de 1964, en la localidad salamantina de Ciudad Rodrigo fue cogido mortalmente el aficionado murciano Julio Cánovas Torres. (Fuente: Don Juan José de Bonifaz Ybarra, de su obra “Víctimas de la Fiesta”, Capítulo7, Página 199)
Julio Cánovas Torres
DCincuentenario de la trágica cogida de Julio Canovas Torres. Muerte de un maletilla Por Juan Tomas Muñoz Garzón (Centro de Estudios Mirobrigenses)
Estos toros y esta plaza son para correr, para torear sin muleta; si acaso, con un pañuelo o un saco, que sirven para hacerse el propio quite cuando fallan las piernas. Pero no para dar naturales, como pretendéis vosotros. ¡Por amor de Dios, torerillos de mi alma, dejad estas fiestas para los mozos de Ciudad Rodrigo! Vuestro sitio no es esa Plaza Mayor cuajada de tablados y de historia. Allí no aprenderéis más que a escaparos y desconfiaros. O a morir1…
Hablé con él por la noche. Le invité a unos vasos de vino y charlamos de toros. Me contó que le gustaba el toreo puro, conocía las suertes y venía desde muy lejos con la ilusión de dar unos capotazos, de verse con un toro de carne y hueso a dos palmos de su cuerpo. Volví a verlo en la plaza la tarde del lunes; era una más entre las mil muletas que buscaban al toro, y vi cómo era izado por los cuernos de un animal impresionante y cómo el quite de estas mil muletas llegaba tarde…
Este párrafo fue escrito por Fernando Giles, redactor de la revista taurina El Ruedo, días después de la muerte del joven maletilla albaceteño Julio Canovas Torres2 . Había llegado a Ciudad Rodrigo como lo habían hecho otras decenas de torerillos, andando, con el ansia de pegar unos pases en la plaza de toros mirobrigense durante los festejos de Carnaval de 1964, que se desarrollaron entre el 8 y el 11 de febrero. Todos emulando a El Cordobés, referencia por sus orígenes modestos y el éxito alcanzado: jersey ajustado o chaquetilla, pantalones de pana y visera. Pero el anhelo del triunfo quedó cercenado de raíz. A Julio Canovas le esperaba la tragedia en la fatídica tarde del Lunes de Carnaval, dos días después de haber pisado de nuevo el albero mirobrigense.
La muerte, agazapada y disfrazada en un impresionante toro, le esperaba inopinadamente. Era el cuarto capeón. A las cinco y media de la tarde entraba, malherido, en la enfermería de la plaza. No había quien le quitara de la cabeza la idea de los toros. Era como su obsesión, recordaba su madre, Sacramentos Torres, en una entrevista que publicó el citado semanario taurino el 27 de febrero. Déjalo, hijo. No es tan fácil ser torero. Tu familia siempre ha vivido del trabajo, le repetía su madre. Su padre, Alfonso Canovas Romero, cantero de oficio, quiso también evadirle de su obsesión. Incluso hizo que le acompañase en var
ias campañas de recolección de frutas o vendimias en Francia. Rindió en su trabajo, pero la idea de ser torero, de triunfar en los ruedos, era una constante en sus pensamientos. Y a la menor oportunidad, aunque fuera en Francia, en Arlés en este caso, se tiraba al ruedo como espontáneo. “Era superior a sus fuerzas”, señalaba su madre entre sollozos.
La afición le venía de lejos. A los 12 años ya se había tirado como espontáneo en una plaza portátil de Alcantarilla, localidad murciana en la que residía su familia, numerosa en miembros –nueve hermanos-. Recorrió infinidad de pueblos, buscando dar unos pases que le vistieran de gloria. Años de tapias, de tentaderos, de capeas… hasta que en 1964, con 21 años, recaló como otros tantos maletillas en Ciudad Rodrigo. Llegó andando, con la ilusión de robar unos pases a los morlacos del Carnaval rodericense. Era su última oportunidad antes de que, en marzo, tuviera que incorporarse a filas en una de las plazas soberanas del norte de África.
Mientras llegaba el Carnaval, como había hecho en otras ocasiones, se dejaba ver por los ambientes taurinos, preferentemente en el café Moderno, en donde se rumiaba el mundo de los toros al socaire de la familia bolsinista. Incluso, como hizo en las vísperas del antruejo, no dejaba pasar la oportunidad de acudir a las fincas, a los tentaderos del Bolsín para hacer tapia a la espera de que el ganadero de turno les brindase una erala que les permitiera dar unos pases. Eso ocurrió, por ejemplo, el 7 de febrero en la placita de San Fernando, tres días antes de que sufriera la mortal cogida cuando quiso refugiarse en el amplio burladero de la parte de abajo del cuadrilongo mirobrigense.
Las Fiestas Tradicionales de 1964 se habían abierto el día 8 con el ya entonces habitual festival taurino a beneficio del Asilo de Ancianos Desamparados y del Hospital de la Pasión. El cartel lo formaban Antonio de Jesús, Andrés Vázquez, Lugillano II, José Fuentes y el novillero Manolo Amaya. Decenas de maletillas estaban repartidos por las gradas en espera de la capea, pero también sopesando la posibilidad de tirarse al ruedo como espontáneos durante el desarrollo de la corrida. Así lo hicieron dos de ellos, que eligieron el toro que le tocó al diestro de Linares, José Fuentes. Uno logró escapar, pero el otro fue aprehendido por los municipales; cuando iban con él por el centro de la plaza, disfrazado, como otros muchos, de El Cordobés, llegó corriendo el torero linarense que, ofendido, se explayó dando al maletilla una patada en la entrepierna. Una acción, un gesto que fue reprendido por el público, como también lo hizo cuando Fuentes, incapaz de descabellar y apuntillar al toro en tiempo y forma y con rabia evidente, muerto ya el animal, le clavó la espada.
En la jornada dominical se asomó la tragedia. Entre las numerosas cogidas, dos fueron de gravedad. Una se produjo durante la prueba matinal: a las 12 de la mañana fue atendido en la enfermería de la plaza Eduardo José Moraleja Cuello, de 29 años y de profesión peón de albañil, natural de San José de Costa Rica, en donde nació el 14 de abril de 1934, y vecino de Ciudad Rodrigo, domiciliado en el barrio de San Isidoro, en el número 57. Fue cogido por el segundo toro de la mañana y, según las diligencias judiciales instruidas, se encontraba sentado en el tendido y en un momento determinado se tiró como espontáneo a la plaza.
El parte médico, redactado por el doctor Manuel Fernández Pérez, explicaba que el atendido sufría una “herida por asta de toro de unos 25 cm de extensión en cara interna del muslo izquierdo, que secciona piel, aponeurosis, dejando al descubierto el paquete femoral que contusiona fuertemente, originando grandes destrozos en músculos sartorio y recto interno con gran hemorragia y shock traumático”. Fue trasladado al Hospital de la Pasión, en donde se recuperó de la grave cornada, al igual que ocurrió con Serafín Peralta Espinazo, nacido en Castillejo de Martín Viejo el 24 de agosto de 1937, localidad de la que era también vecino. De profesión jornalero, Serafín fue cogido en la novillada de la tarde, concretamente a las cinco y media. Se le observó y fue tratado de una herida por asta de toro en el tercio interior del muslo izquierdo, que penetra hasta la espina ilíaca interior superior, produciendo grandes destrozos musculares e intensa hemorragia. Su pronóstico, grave. Según informes periciales, Serafín se hallaba sentado en un burladero de la plaza, adonde había subido tratando de eludir el peligro; como tuviese las piernas colgando hacía la plaza, fue alcanzado por el asta del toro…[3]
Con estos antecedentes, se llegó a la jornada del Lunes de Carnaval. La mañana discurrió con normalidad, con los sustos acostumbrados y la algarabía general. En la novillada de la tarde participó Florencio Blázquez –más conocido posteriormente como Flores Blázquez-, quien había quedado triunfador de esta edición del Bolsín Taurino Mirobrigense entre los 60 aspirantes que participaron.
Tras el festejo taurino se celebró un desfile de carrozas –se recuperaba en esta edición-, en la que solo participó la preparada por la peña U.M.O. (Unión de Maridos Oprimidos): “…una artística carroza de esa castiza agrupación, que, aparte su obligación ‘constitucional’ de empinar el codo en la bodega de El Rodeo, se ha creído este año con la de organizar este festejo, digno del mayor aplauso, como así se lo concedió el público. Precedida por tres elegantes charros a caballo y guiada por otro charro de categoría, como lo es Miguel Sánchez Arjona, marqués de Bayamo, representaba una boda tradicional de nuestra tierra, con su tamborilero y todo y hasta con el baile de novios e invitados sobre la plataforma rodante que les servía de escenario…”, escribía Jesús Huerta en el semanario local La Voz de Mióbriga.
Acabó el desfile y tomaron protagonismo los capeones. La plaza volvió a llenarse de franelas. Decenas de maletillas, junto a los mozos locales, esperaban la salida de los toros. La capea discurrió de forma habitual, con los sustos acostumbrados. En Ciudad Rodrigo, el toro “es una disculpa para divertirse. Es el Toro de la Alegría que ‘hace hilo’ con un pueblo entero, y lo lleva y lo trae en una orgía de sustos y carreras que dura cuatro días”, explicaba un tal Farinato en la citada revista taurina El Ruedo. Pero a veces esa alegría vinculada al toro trueca en tragedia. Eso pasó con el cuarto capeón. Julio Canovas “se hallaba toreándolo y después de darle cuatro o cinco pases se cerró mucho en tablas y al no tener salida tiró la muleta, siendo entonces cuando el toro hizo por él”[4], declaraba en el Juzgado de Instrucción Nº 2 de Ciudad Rodrigo Antonio Zapata Teruel, compañero del Julio Canovas, maletilla como él y además vecino de la misma localidad.
El maletilla albaceteño buscaba el refugio del burladero. Había tirado la muleta pretendiendo encelar al toro. No lo consiguió. Llegó apurado al burladero de la parte de abajo de la plaza. No entraba un alfiler. El toro lo persiguió y le alcanzó con el pitón izquierdo en el costado. Lo levantó por encima del burladero, mientras que en el público se mascaba la tragedia, sabedor de la importancia de la cornada. La cogida no fue tan aparatosa como otras infligidas esa misma tarde o en los días anteriores. Pero las consecuencias se aventuraban dramáticas.
El morlaco dejó malherido al torerillo. Sus compañeros le llevaron en volandas a la enfermería de la plaza. Allí esperaban los doctores Manuel Pérez Fernández, médico forense, y Pedro Lorenzo Brusi, médico titular. La gravedad de la cogida era evidente en la exploración inicial. El parte médico lo confirmaría después: “a las 5:30 de la tarde ingresó en la enfermería de la plaza de toros Julio Canovas Torres, de 21 años de edad, soltero y vecino de Alcantarilla (Murcia), con una herida penetrante en vientre a nivel de reborde costal izquierdo. Con anestesia general se le hizo una laparotomía media supraumbilical, apreciándose enseguida intensa hemorragia peritoneal. Se encontró una perforación en colon transverso y un desgarro de 5 cm en mesocolon que sangra abundantemente, penetrando después en la transcavidad de los epiplones, donde contusiona pared posterior del estómago y desgarra el páncreas. Su pronóstico es gravísimo y fue trasladado al Hospital de la Pasión, no estando en condiciones de ser oído”[5]; es decir, no pudo declarar, contar su versión de lo ocurrido.
Por eso, el juez, Hilario Muñoz Méndez, ordena a la policía gubernativa y a la Guardia Civil que emita un informe. El más prolijo es el de la primera, firmado el 17 de febrero por el “principal jefe de la policía” –así se autodenomina-, Víctor Sevillano, quien expresa que “aproximadamente a las 17:30 horas del indicado día [10 de febrero], el citado lesionado Julio Canovas, al intentar refugiarse en el burladero de la parte baja de la plaza para librarse de la acometida de uno de los toros, no pudo penetrar de lleno en dicho burladero, siendo en aquel momento alcanzado por el toro, que le infirió una cornada. Seguidamente fue llevado a la enfermería de la plaza, en donde le fue apreciada una cornada en un costado, penetrando en el vientre. La intervención se prolongó hasta las 22:25 horas, en que fue ingresado en el Hospital de la Pasión. En cuanto a las circunstancias concurrentes en dichos hechos, cabe destacar la enorme cantidad de personas que se encuentran en el ruedo durante la celebración de las indicadas capeas, entre ellas gran cantidad de aficionados al toreo (maletillas) y otros muchos vecinos de esta ciudad, que les gusta estar en la plaza durante las capeas que se celebran, tanto en la mañana, las llamadas pruebas, como en las capeas de la tarde, estando en el ruedo incalculable número de personas, las que al ser acometidas por los toros que se corren intentan ponerse a salvo de dichas acometidas, refugiándose en los burladeros y en las llamadas barreras, siendo, en algunos momentos, prácticamente imposible el poder refugiarse, dado el gran número de personas que acuden a la dicha barrera o burladero. Concretamente, en la cogida del infortunado Julio Canovas Torres, según parece, estas fueron las causas de su cogida, al no poder penetrar de lleno en el burladero, siendo alcanzado por el toro en el mismo momento de penetrar en el burladero”. Y finaliza afirmando que “no cabe atribuir culpa a persona determinada y sí al extremo indicado de la aglomeración de personas en la plaza que intentan refugiarse todas juntas en el burladero o barrera que tienen más próximo”[6], aunque en los mentideros locales corrió la información de que alguien obstaculizó de alguna manera la entrada del maletilla en el burladero.
Momento de la tragedia de Julio Cánovas Torres
De la hemeroteca de don Juan Tomás Muñoz Garzón
El juez, siguiendo la pauta establecida, había ordenado la instrucción de las oportunas diligencias por si los “hechos pudieran ser constitutivos de delito” y, por tanto, por si hubiera “culpa o imprudencia de alguna persona”, algo que finalmente fue descartado en los informes periciales, como se recoge en las 28 páginas de que consta el sumario judicial instruido al efecto y que fue cerrado el 24 de febrero.
Julio Canovas ingresó con un hilo de vida en la sala San Luis del Hospital de la Pasión. Quedó internado pasadas las diez y media de la noche del Lunes de Carnaval. La cama en la que permaneció se encontraba “entrando a dicha sala a la izquierda”. En la mesilla se hallaba una cartera de plástico que contenía documentos y fotografías y una carpeta de cartón con más documentos, todo ello pertenencias del herido.
La gravedad de las heridas hacía temer lo peor. El alcalde de Ciudad Rodrigo, Joaquín Martín Báez, como otros muchos ciudadanos mirobrigenses y decenas de maletillas, se acercó al Hospital de la Pasión para interesarse directamente por el estado del torerillo. Las esperanzas de una evolución favorable eran prácticamente nulas. Por eso inmediatamente se puso en contacto telefónico con el alcalde de Alcantarilla, Diego Riquelme Rodríguez[7], a la sazón jefe local de Falange, para que informara a la familia de Julio Canovas de la gravedad de las lesiones, al tiempo que el Ayuntamiento mirobrigense ponía a disposición de los familiares un vehículo para su desplazamiento a Ciudad Rodrigo.
Por otro lado, “…todos los maletillas, con rara y total compenetración con su desgraciado compañero, extendían sus capotes por calles y plazas pidiendo donativos para él. Nos consta que todo cuanto sacaron todos fue al Hospital como primer donativo de sus compañeros en la esperanza de socorrerle y salvarle. Allí permanecieron todos esperando, cuidando de él a los que se permitió, prestos a ayudar en cuanto se les pidiera, muchos de ellos hasta sin cenar por cuanto lo que pudieran llevar encima pasó a engrosar la suscripción tan generosa iniciada por ellos”, refería el citado Jesús Huerta en la crónica insertada en el susodicho semanario local mirobrigense.
Si esto ocurría en el Hospital de la Pasión, “fuera, en la calle, en los espectáculos, en los bailes, la gente comentaba el gravísimo percance y las débiles esperanzas de salvación que se veían”, señalaba Huerta. Un presagio convertido en realidad cuando se certificó la muerte de Julio Canovas Torres a las siete de la mañana del Martes de Carnaval. “La tragedia confirmada produjo verdadera angustia en la ciudad. En el Hospital el cuadro era tremendo y cuantos allí acudían no podían contener las lágrimas viendo llorar a todos los maletillas en torno al cadáver de su compañero. Todo Ciudad Rodrigo se aprestaba a contribuir en pro de tan desgraciada familia.
“La capea de la mañana tuvo unas ausencias. Ni un solo capote, ni una sola muleta de los maletillas aparecieron en el ruedo. Solo se veía a estos en sus idas y venidas en torno al Hospital, con los ojos enrojecidos por el llanto, enlutados con negros brazaletes… En los tablados, no había ya esa alegría consustancias con las fiestas…
“La tragedia, además, tenía su coincidencia tremenda. Por la tarde, el toro de muerte iba a ser lidiado por el más caracterizado y veterano de tantos y tantos maletas de hoy: por El Conrado[8], que conseguía de esta forma su única oportunidad…
“¡Qué cosa más triste el paseíllo de la tarde! ¡Cómo nos impresionó a todos ver a El Conrado con su traje corto y su camisa rizada haciendo el paseíllo descubierto! ¡Al saludar ante la presidencia toda la cuadrilla inclinó sus frentes a la tierra con respeto en silente oración por el amigo muerto! Toda la plaza, que había dedicado una ovación enorme a la cuadrilla humilde, se quedó muda también, pensando, rezando…
“Al Conrado, triste también es decirlo, no le salieron las cosas bien. Le tocó un toro con mucho poder, con genio, desigual, y mientras la cosa estaba en las verónicas o en los pases de muleta –que es lo suyo-, todavía se lució el muchacho y consiguió auténticos clamores. Pero cuando tuvo que agarrar esa cosa tan seria y a la vez tan nueva para él, que es el estoque, la cosa cambió. No pudo con la papeleta y tras larga porfía y algunos débiles pinchazos, fueron sonando los tres fatídicos avisos y el toro se devolvió a los corrales. El Conrado, que tuvo el bello gesto de hacer primero un brindis señalando al cielo en memoria del amigo muerto y luego al público, impresionado como estaba por las emociones del día, tuvo que retirarse. Y lo hizo llorando…”, se apunta en la crónica de La Voz de Miróbriga.
Jesús Huerta da mas detalles de lo ocurrido: “Si el intermedio del día anterior había señalado la alegría de la carroza, la rondalla, las comparsas, el intermedio del martes tuvo un signo: la caridad. Don Joaquín Martín Báez, nuestro alcalde, pronunció un emotivo discurso invitando a todos a sumarse a la colecta en pro de la familia de Julio Canovas, y al ruedo salieron señoritas de la ciudad en compañía de los maletillas, sosteniendo varios capotes que iban recibiendo los donativos del público de los tablados. En los balcones se hacían cuestaciones particulares, que luego volaban en envoltorios, en pañuelos, en gorras, hasta los capotes que en el ruedo sostenían las chicas y los maletas.
“En el centro del redondel, el señor interventor del Ayuntamiento se iba haciendo cargo, en otro capote allí colocado, de las cuestaciones parciales que le iban llegando. Al final, un buen montón de monedas y billetes señalaba la caridad del pueblo mirobrigense de la plaza. Más de dieciocho mil pesetas se recogieron allí, lo que, unido a los mil duros que otras señoritas mirobrigenses recaudaron en el baile del mediodía del Casino, a las dos mil pesetas conseguidas en el Club Juvenil en la misma ocasión; a otras cuestaciones que se hicieron por la noche por miembros de esta organización, y a lo que en la capilla ardiente se fue también obteniendo, creemos se acerque a las treinta mil pesetas con que se ha socorrido de modo tan espontáneo a la familia del infortunado Julio Canovas Torres”.
Aunque se avisó telegráficamente, la familia de Julio Canovas llegó a Ciudad Rodrigo sin tener noticia de su muerte. Se enteraron nada más bajar del coche. Y las escenas, como es de prever, fueron patéticas al llegar al Hospital de la Pasión. El cadáver del maletilla había sido amortajado con un “traje negro y una camisa blanca, calcetines grises y zapatos marrones” aportados por el alcalde mirobrigense.
Simultáneamente a la instalación de la capilla ardiente, se van sucediendo los preparativos para el traslado del cadáver a Alcantarilla. Lo solicita el padre del maletilla, Alfonso Canovas, a quien se le hace entrega de los efectos personales del finado. Se concreta el traslado con la funeraria La Inmaculada. Pero antes hay que practicar la autopsia al cadáver que se realiza en el depósito municipal a las diez de la mañana del Miércoles de Ceniza. La realizan los doctores Pérez Fernández y Lorenzo Brusi y en ella emplean 45 minutos. Tras explicar cómo iba vestido, y afirmar que el cadáver estaba ya en avanzado estado de descomposición, los susodichos médicos practican el análisis de las cavidades craneal y torácica, sin que encuentren ninguna anomalía. “A continuación se abrió la cavidad abdominal, la cual se encontraba dañada sobre todo en la región esplénica de sangre y un líquido turbio en cantidad de unos 200 cm cúbicos. Se exploró el intestino, apreciándose en colon transverso y en su proximidad con el ángulo esplénico una perforación de unos 3 cmsuturada en dos planos y un desgarro de mesocolon transverso también suturado. Se abrió la transcavidad de los epiplones apreciándose el trayecto seguido por el asta de toro que contusiona fuertemente la pared posterior del estómago, destrozando el páncreas y rasgando, de atrás adelante, el pequeño epiplón, donde hay un gran hematoma”[9].
Tras la práctica de la autopsia, “el cadáver fue trasladado a la capilla del Hospital, donde fue oficiado un solemne funeral de corpore insepulto, con asistencia de las primeras autoridades, familiares del difunto, representaciones religiosas y de la junta del Hospital, Banda Municipal de Música y el pueblo en masa, que llenaba no solamente el templo, sino las calles de los Colegios y Velayos, constituyendo una manifestación de duelo como no se recuerda en nuestra ciudad.
“El féretro, después del funeral, fue transportado a hombros de los maletillas que pugnaban por llevarlo, por las calles de Velayos, Sánchez Arjona y la Plaza Mayor, donde al pie mismo del lugar donde fue herido por el toro, se detuvo la triste comitiva y en medio de la más honda emoción de todos los presentes, se rezó un padrenuestro por su alma.
“Seguidamente, la comitiva se puso en marcha hasta Amayuelas, desde donde, ya en la carroza automóvil y seguido por otros dos vehículos con familiares del difunto, se inició el traslado a la tierra murciana, donde reposará para siempre el infortunado muchacho”, relataba Jesús Huerta en el referido semanario mirobrigense.
Aunque la cuestación popular había sido generosa[10], con la intervención directa de los maletillas, todavía quisieron algunos torerillos participar en el póstumo homenaje a su compañero Julio Canovas Torres. Salieron de Ciudad Rodrigo como llegaron, andando, para desplazarse hasta Murcia, en donde se había organizado una novillada, patrocinada por Radio Popular y el Club Taurino de Murcia, “en homenaje a los tres maletillas postulantes y a beneficio de la familia del infortunado torero de Alcantarilla muerto por un toro, en una capea, en Ciudad Rodrigo, y que han hecho el recorrido a pie desde dicho pueblo a Murcia”, rezaba el cartel, fijando el festejo para el domingo 12 de abril, dos meses después de la muerte de Julio Canovas, con la intervención de Ramón Ortiz Caro, José Antonio de los Reyes –El Jerez- y Basilio Repiso –El Marqués-, quienes se las vieron con novillos de Gabriel García Sánchez, vecino de Aranjuez, cortando el primero una oreja y el resto se conformaron con ovaciones y sendas vueltas al ruedo.
[1] Recomposición de parte del artículo firmado con el seudónimo Farinato y que se insertó en la página 32 del número 1.026 de la revista taurina El Ruedo, de fecha 20 de febrero de 1964.
[2] Aunque en todos los documentos manejados figura este nombre, en realidad, como advierte el Registro Civil de Ciudad Rodrigo en una nota al margen del certificado de defunción, fechada en octubre de 2007 y a instancias de la propia madre de Julio Canovas Torres, el nombre correcto es Alfonso Julián Canovas Torres, nacido el 27 de mayo de 1942 en El Jardín, pedanía de Alcaraz (Albacete).
[3] Archivo Histórico Provincial. Sección Juzgado de Instrucción de Primera Instancia Nº 2 de Ciudad Rodrigo, Dep. 9, sig 111. Sumarios 14, 15 y 16 de 1964, relativos a cogidas en los festejos populares del Carnaval mirobrigense. El número 14 corresponde a Julio Canovas Torres, al que se ha recurrido para varias informaciones recogidas en este artículo. Los marcados con los números 15 y 16 se refieren a las cogidas del Domingo de Carnaval.
[4] AHP. Expediente judicial citado.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] El 2 de marzo de 1964, el alcalde de Alcantarilla envió esta carta de agradecimiento al alcalde de Ciudad Rodrigo: “Mi querido amigo y camarada: Después de la desgracia ocurrida en esa población al vecino de esta Julio Canovas Torres, debo manifestarte en mi nombre y en el de la Corporación que me honro en presidir, así como de toda esta villa, la forma cómo se ha portado, no ya tu Autoridad y todas las autoridades de Ciudad Rodrigo, sino todo el pueblo entero, según mis informes, cosa que debemos agradecer por tu mediación para hacerles llegar a todos la gratitud de la familia afectada y la de todos nosotros en esta lamentable desgracia del mencionado mozo.
Con mi gratitud, recibe también la expresión de mi reconocimiento y queda a tu disposición con un fuerte abrazo, tu buen amigo y colega.” Fdo. Diego Riquelme Rodríguez. La carta se vio en la comisión permanente del Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo en la sesión celebrada el 13 de marzo de 1964, acordando que fuese publicada en el semanario local La Voz de Miróbriga.
[8] Conrado Abad Bullón había ganado la edición del Bolsín Taurino en la edición de 1963. Tuvo la oportunidad de volver a torear un novillo, de José Martín, de Aldeavieja, actuando como sobresaliente Julio González Moraleja, El Ordenanza.
[9] AHP. Ibídem.
[10] El 23 de marzo de 1964, Alfonso Canovas Romero, padre de Julio Canovas Torres, escribe una carta al alcalde mirobrigense en la que el pide el favor de que le remita la “carta de difunció de mi desafortunado hijo”. Afirma que le han escrito desde Madrid “para mandarme la indenizazió que le corresponde”. También le pide que le confirme si ha recibido “los recordatorios que mandé, y dígame si le han fartado para mandale má”.
El alcalde solicita al “juez comarcal” el certificado de defunción con fecha 23 de marzo de 1964. Se lo remite el día 30 y se registra en el Ayuntamiento el 2 de abril. El 4 de abril se le envía el certificado al padre y se le confirma que “a su debido tiempo se recibieron los recordatorios y han sido distribuidos entre las autoridades y parte de la población”.
Julio Cánovas con una mujer en los días previos a la tragedia. La instantánea está tomada en la plaza de San Salvador, en Ciudad Rodrigo.
Partida de defunción de Julio Cánovas Torres
Tres fotografías de los periódicos de la época, fuente Julio Martínez
One response
daros las gracias por tan emotivo y bello articulo.Soy farinato y cuando sucedió la tragedia tenia tres añitos pero siempre la tuve en mi mente. y desde Bilbao darle todas las gracias a esos maletillas que tanto han hecho por la fiesta de los toros